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Con M de ¡Mira mamá, sin miedos!

Hay veces que el miedo nos paraliza, nos ata la venda más oscura en los ojos o nos sujeta los tobillos cuando queremos echar a correr. Pero también va mucho más allá, y se atreve a dejar pasar algunos trenes a sabiendas de que pueden no volverán a pasar jamás. Hace muchos daños que el miedo se convirtió en mi mejor aliado y en mi peor enemigo. Me rodeó con una muralla a prueba de balas, solo me faltaba el foso con cocodrilos para completar la autoprotección. Y yo, desde ahí, falsamente feliz por creerme intocable sonreía y saludaba, a lo reina de Inglaterra, despachando a todo aquel que se atrevía a acercarse. Lo que el miedo no sabía es que iba a llegar una M más grande y poderosa, con todas las ganas de saltar muros que a mí me faltaban por salir de ahí y rescatarme de sus garras. Y dejé de hacer lo fácil para hacer lo correcto. Para mí.

La hostia de realidad que precede al olvido.

Hubo un día en que olvidé que estaba olvidándole y le olvidé. Hacía todos los esfuerzos posibles por evitarlo. Cerraba los ojos e intentaba hacer memoria. Incluso me puse nuestras canciones. Nada. Seguía sin poder recordar cómo olía su cuello después de cada baño de besos, la textura de sus manos rozándome la espalda e incluso su (curiosa) forma de caminar hacia mi puerta. No sé en qué momento se esfumó, ni siquiera me di cuenta hasta que me propuse reabrir heridas recordando. Y ahí estaba, la famosa hostia de realidad que te da el tiempo cuando pasa. Con todo lo que le quise, con todo lo que le tuve en mi cama, en mi ropa, en mis manos... Y en un puñado de meses te das cuenta de que se fue, de que todo eso que algún día abanderásteis como "vuestro", ya no existe. Pero volví a saber de él, sin haberlo premeditado, un día cualquiera, volví a verle. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que le perdí. Tenía la misma apariencia que él, hablaba como él e incluso seguí

Eh, tú.

Eh tú. Si tú, la que me escribe y me lee. Supongo que ha llegado el día de decirte todo eso que sabes pero a lo que siempre terminas haciendo caso omiso. Ya va siendo hora de aplicarte todos esos valores que pretendes tener a tu lado. Suele decirse que para pedir primero se tiene que dar, y eso nunca ha sido tu mayor virtud. Ahora sí. Te toca a ti. Primero, deja de autoconvencerte de eso en lo que siempre te escudas, "en mi desorden encuentro las cosas". A ver si por una vez es verdad y encuentras algún día eso a lo que llaman estabilidad emocional. Que lo de sonreír llorando nunca te ha hecho parecer una persona muy fiable. Aunque yo te entiendo, es como la tristeza del feliz que espera el principio de lo que ya ha sido el fin. Puestos a pedir, a ver si te da por dejarte llevar de vez en cuando por la corriente, porque no tienes mucha pinta de campeona de remo. Créete de una jodida vez eso de que las cosas pasan por algo. Que si, que llevas fatal lo de rendirte y

Serendipias lo llaman.

No sé en qué momento me enamoré del amor. No sé si fue con las películas de Disney o a base de leer novelas románticas en las que el amor siempre triunfaba. Pero siempre he creído en él. No en esa clase de amor en el que eres el 50% de ti, y te falta el otro 50. No, más bien en ese amor que te convierte en el 50% de algo que pasa a formar parte de ti sin que tú dejes de ser el cien por cien de ti mismo. En esa clase de amor del hilo rojo y las personas predestinadas. Pero sobre todo, creo en la clase de amor entre almas gemelas. Porque sí, existen. ¿Que por qué lo sé? Porque lo he vivido. Porque en algún momento de mi vida la encontré. O eso creía. Seguramente la conozcas una noche cualquiera, en un sitio cualquiera. No te hará falta saber su nombre o escuchar su voz, simplemente lo sabrás. Y seguramente a partir de ahí todas tus verdades y principios serán relativos, porque habrá algo por encima de ellos, ese algo que siempre será absoluto: él o ella. También seguramente lo s

La suerte es una actitud.

Hay cosas que sólo ocurren una vez en la vida y seguimos sin entenderlo. Sin valorarlo. Como ver un trébol de cuatro hojas mientras buscabas una zona que no estuviese muy húmeda para sentarte a escribir. Como la primera vez que identificaste que lo que sentías en la tripa, no era hambre sino dragones que deseaban salir a verle porque seguían sin creer su existencia. Sí, dragones sin creer en humanos como él. Como conocer que dos ancianos han salido en las noticias por haber muerto a la vez, cogidos de la mano. Como cuando fuiste a las rebajas y encontraste los zapatos que te gustaban y encima había de tu talla. Como las primeras veces, que a veces sólo eran las primeras veces en las que de verdad sentías. Como conocer a la persona con quien te entiendes sin ni siquiera hablar, y de repente no te sientes tan sola en el mundo. Como cuando te tocaron dos tazos en una bolsa de chetos. Como la primera vez que tu madre te recomendó un libro y ya no pudiste salir de ahí. Como cuando le m